En esta exhibición, curada perfectamente por la entrañable Vania Monty, el agua deja de ser una sustancia invisible y cotidiana para convertirse en un puente entre lo físico y lo simbólico. A través del proceso de sublimación inversa, la humedad del aire y de nuestros propios cuerpos muta en hielo, creando obras que no solo son contempladas, sino que nos contienen. Así, esta muestra no se limita a ser una galería de formas cristalinas; es un espacio vivo, en constante transformación, que nos recuerda que nuestra presencia y nuestras acciones son parte integral del proceso creativo.
Cada cristal de hielo que se forma frente a nosotros encarna la fusión literal de lo humano y lo ambiental. La humedad de nuestra respiración se convierte en materia tangible, visibilizando aquello que normalmente damos por sentado: nuestra interdependencia con el mundo que habitamos. En un tiempo donde la desconexión con la naturaleza parece ser la norma, estas obras nos llaman a una pausa, a reflexionar sobre lo esencial, lo efímero y lo universal.
El uso del hielo como material artístico es un poderoso recordatorio de la impermanencia de las cosas. Estas esculturas no se presentan como objetos permanentes, sino como instantes congelados en el tiempo, destinados a disolverse. Al igual que la vida misma, estas formas de hielo son transitorias, frágiles y hermosas en su vulnerabilidad. La exhibición nos invita a abrazar esta impermanencia, a encontrar belleza en la temporalidad y a comprender que cada momento, aunque fugaz, tiene un impacto y un significado.
En palabras de Martin Heidegger, el arte es un acto de "desocultamiento", un medio para revelar verdades que permanecen veladas en la cotidianidad. Estas obras, construidas a partir de la sublimación inversa del agua, no solo cristalizan físicamente la humedad del ambiente, sino que también desvelan nuestra relación íntima con lo efímero y lo impermanente. Aquí, el hielo no es solo un material, sino una metáfora de la existencia misma: transitoria, moldeada por las condiciones que la rodean y destinada a disolverse. Como plantea Heidegger, el arte no se limita a conservar, sino que abre un espacio donde la verdad de las cosas puede emerger, transformando el acto de contemplación en una experiencia de revelación profunda.
Así, el proceso de sublimación inversa del agua encuentra resonancia en las manifestaciones creativas de seres no humanos, como los vegetales. Al igual que las obras creadas a partir de esta técnica, el arte creado por seres no humanos nos invita a reconsiderar nuestra noción de autoría y propósito. Aunque no buscan una finalidad estética consciente, revelan verdades profundas de cada ser, de cada manifestación o pulsión de vida. Siguiendo con Heidegger, el arte se convierte en un espacio de revelación, donde lo humano no es el único mediador de lo bello, sino un testigo de un proceso creativo que trasciende nuestras intenciones y nos conecta con el devenir constante del mundo.
Las obras creadas a partir de la sublimación del agua nos recuerdan que la Estética es una manifestación de la totalidad del Ente. No es únicamente la expresión de un Ser aislado o separado del mundo, sino una apertura hacia la verdad compartida del Ser. Como tal, no pertenece exclusivamente a la pulsión creativa de un autor humano, sino que emerge como un fenómeno donde lo humano y lo no humano coexisten y revelan el devenir del mundo.
Pero más allá de la poética de lo efímero, esta muestra también es una llamada a la acción. Al materializar la humedad del aire, el artista nos confronta con nuestra relación con el medio ambiente. En un contexto de crisis climática y escasez de recursos, estas obras actúan como un espejo de nuestra responsabilidad colectiva, invitándonos a replantear nuestra relación con el agua, ese recurso que conecta a todos los seres vivos en una red invisible de existencia.
En última instancia, esta exhibición no es solo un espacio para la contemplación, sino un laboratorio emocional y conceptual. Aquí, el espectador no es un observador pasivo, sino un colaborador en el acto creativo, aportando su aliento, su calor y su humedad para dar forma a estas obras. Es un recordatorio de que el arte no es un objeto aislado, sino un diálogo constante entre el artista, el medio y el espectador.
Estas obras son mucho más que hielo; son meditaciones cristalizadas sobre lo que significa estar vivo, compartir un espacio y participar en un flujo eterno de transformación. Cada pieza nos habla en un idioma universal, más allá de las palabras, conectándonos con lo invisible y recordándonos que, aunque efímeros, también somos parte de algo mucho más grande y duradero.
En estas esculturas temporales, encontramos una verdad universal: lo más esencial no es lo que perdura, sino lo que se transforma.
Con aprecio a Daniel.
Hugo Baronti.